Llega un nuevo 10 de mayo y, como ya es tradición, escribo mis reflexiones alrededor de la maternidad.
A lo largo de los años me he centrado en el agradecimiento y en la bendición que supone poder dar vida. Es innegable la dicha que produce la llegada de un hijo; sin duda, es un hecho que definitivamente cambia el mundo de quien tiene la fortuna de tenerlo. Profundizando en lo que ha significado para mí ser mamá, además de agradecer nuevamente la gran bendición que ha supuesto cada uno de mis cuatro hijos, pienso en el gran compromiso que tenemos como padres con cada uno de ellos.
La responsabilidad que conlleva la maternidad es innegable, yo me enfoco en procurar su bienestar, ayudarlos a que encuentren la felicidad y, por consiguiente, que sean personas de bien. Para lograrlo tenemos que centrarnos en educar cuatro aspectos claves: inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad.
Considerar a la inteligencia como la capacidad de captar la realidad en su complejidad, implica tener en cuenta la importancia de la búsqueda de la verdad. Mientras que a la afectividad le corresponde la búsqueda de la belleza y a la voluntad la búsqueda del bien, la espiritualidad debe captar el sentido profundo de la vida.
En resumen, como madres tenemos la enorme tarea, junto con los padres de nuestros hijos, de enseñarlos a vivir y, como dice Enrique Rojas, es “arte y oficio”, pues la puerta de entrada al castillo de la felicidad consiste en tener una personalidad madura. Para conseguirlo es necesario tener una mezcla de conocimiento de uno mismo: equilibrio, buena armonía entre corazón y cabeza y saber gestionar bien los grandes asuntos de la vida.
Tenemos que ilustrar con el ejemplo el valor de la coherencia de vida, mientras trabajamos en nuestro proyecto personal, teniendo claro que la vida es arte, corazón y cabeza, afectividad e inteligencia. Hay que educar a nuestros hijos para que alcancen la madurez, que no es otra cosa que una cierta plenitud del desarrollo personal, enseñándoles a que tengan equilibrio, autonomía, capacidad para tener una conducta apropiada –según las circunstancias–, responsabilidad y saber tener objetivos realistas en la vida que los ayude a crecer como seres humanos.
Definitivamente, escribirlo es mucho más fácil que hacerlo. Reconozco que a pesar de conocer la teoría he cometido errores y me he sentido desbordada en más de una ocasión. Sin duda, la maternidad es toda una aventura llena de grandes momentos, muchos de ellos muy felices y otros que no lo son tanto. Sin embargo, al tener claro que lo primordial es buscar el bien de cada uno de nuestros hijos es más fácil actuar.
Después de dos años completamente inesperados en los que hemos convivido de una forma realmente intensa, ahora siento nostalgia de ese tiempo forzoso de “estar en casa”. Pero así es la vida y los acontecimientos siguen su curso. Este año retomamos los tradicionales festivales del día de la madre y, como suele suceder en estos eventos, se me exalta el corazón al ver a mis niños en el escenario. Esta vez soy más consciente del paso del tiempo, pues de pronto descubro que mis pequeños ya no lo son tanto y que cada uno ha ido creciendo y cambiando. Es ley de vida, pero cuando se trata de los propios hijos, es muy impactante ser testigo del transcurrir del tiempo.
Vuelvo a la idea del agradecimiento, pues cada instante a lado de un hijo es una enorme bendición a pesar de los sinsabores. Por otro lado, reconozco y agradezco el trabajo de mi madre al educarme, al enseñarme la utilidad del trabajo bien hecho, el beneficio de seguir estudiando y aprendiendo y el valor de cultivar la espiritualidad.
Nuestros hijos son nuestro reflejo y, al vernos en ese “espejo”, al mismo tiempo nos configuramos, nos comprendemos y encontramos nuestra profunda identidad en este complejo entramado humano llamado maternidad.
Este 10 de mayo quiero felicitar a todas las madres que se esfuerzan por dar lo mejor cada día, especialmente a la mía. Agradezco a cada uno de mis hijos por su cariño y su amor incondicional, y reconozco el increíble apoyo de mi querido esposo quien ha tenido una paciencia infinita conmigo y con cada uno de ellos.
¡Hasta la próxima!