Acabo de releer este relato que escribí hace cinco años y aun siento el impacto que me produjo saber que mi papá se nos había adelantado, a pesar de que era algo inminente, es una situación, que a mi parecer, nunca se está preparado para enfrentar.
El tiempo transcurrido desde entonces ha sido verdaderamente intenso, han pasado un sin fin de cosas y me da mucha nostalgia que mi papá no haya estado en algunos sucesos importantes de mi vida. Mis hijos han seguido creciendo ya sin el abuelo cerca de ellos… no tuvieron oportunidad de seguir aprendiendo de él. Sin embargo, tengo muy claro que su influencia está presente en quien soy hoy y quienes son ellos. Él es parte fundamental de nuestra historia de vida.
Volver a reflexionar sobre su paso por este mundo me hace ser más consciente de lo mucho que tengo que agradecerle, empezando por darme la vida. Por compartirme su fe y su amor por el arte, la arquitectura y el diseño. Aquí les dejo el texto que escribí entonces.
Este 5 de enero de 2017 quedará especialmente grabado en mi memoria. Amanecí temprano como cualquier otro día, fui a trabajar, tuvimos junta de equipo; una importante por ser la primera del año. En esa junta leímos nuestros propósitos y planes que escribimos un año antes. Es interesante ver lo que logramos y lo que queda pendiente por hacer; en fin, fue una junta muy emotiva. Salí corriendo a una cita que me entusiasma especialmente y luego fuí a comprar unos regalos para una celebración que tendríamos en la tarde con todo nuestro equipo de trabajo. Acabando de envolver todos los regalos con mis hijos y ya preparandonos para salir, recibí una llamada de casa de mi papá. En ese momento mi corazón empezó a latir más deprisa pues ya sospechaba lo que iba a escuchar. Efectivamente, mi intuición fue correcta y me dieron la noticia que venía temiendo hace tiempo: mi padre se acababa de ir para no volver.
Sentí una gran tristeza, una profunda desolación; inmediatamente pedí a Dios que lo recibiera en el cielo con la maravillosa confianza de que ya estaría con él. Después de avisar a mis hermanos, organizar a mis hijos y hablar con mi querido equipo MC, me fui con mi esposo a casa de mi papá donde ya estaba mi hermana mayor. Sinceramente, me impactó muchísimo cuando lo vi recostado ya sin vida en su cama. El día anterior por la tarde había estado con él, con el más pequeño de mis hijos quien al salir me comentó: “mamá el abuelo ya se va a morir, ¿verdad?” Le pregunté por qué lo decía y me sorprendió la claridad de su visión: “mamá, ya está muy mal, seguro estará mejor en el cielo.”
Mi padre tuvo un final muy complicado, una larga enfermedad que se lo fue acabando, sus últimos momentos fueron muy duros para él y para el resto de la familia que lo vimos ir perdiendo facultades. Sin embargo, considero que fue un tiempo de gran aprendizaje para todos, fue una oportunidad de unirnos más, de vivir intensamente la misericordia y de poder expresarle continuamente nuestro cariño y amor por él.
Estaré eternamente agradecida por todo lo que hizo por mí y por mis hermanos. Fue un padre lleno de contrastes: amoroso y estricto, cariñoso y enojón, alegre y nostálgico y con un sentido del humor muy original; siempre dispuesto a escucharnos, apoyarnos y enseñarnos. A él le debo mi amor por la arquitectura y los espacios, desde que tengo uso de razón me enseñó a leer planos y me llevaba a realizar recorridos de obras.
Recuerdo con gran nostalgia su estudio, un espacio misterioso y mágico para mí, lleno de libros, planos, con un restirador que cuando era pequeña me parecía enorme y una gran cantidad de objetos y cosas que atrapaban mi imaginación; la chimenea se encendía seguido y ahí pasamos momentos entrañables, lo recuerdo junto al fuego absorbiendo el humo de su pipa.
En mi infancia fue un padre muy presente, realmente convivimos mucho. En numerosas ocasiones nos llevaba a la escuela, iba a comer casi diario a casa y estaba dispuesto a escuchar nuestras historias y llamarnos la atención si comíamos con mala educación, se interesaba por nuestros amigos y sus vidas, nos recitaba poemas completos y largos de memoria, algunos que me hacían llorar. Tengo muchos bellos recuerdos de niña con él; ciertamente por un tiempo él fue mi héroe, era mi príncipe encantado y el amor de mi vida. Estaba perdidamente enamorada de sus hermoso ojos azules y de su increíble pelo negro. Hubo un tiempo en que creía que no podía haber nadie que supiera más que él.
Me introdujo desde pequeña en el modernismo, era admirador de Le Corbusier y el funcionalismo, me habló de Frank Lloyd Wright y Sullivan, me enseñó a usar el escalímetro y a dibujar en perspectiva, me llevó a una gran cantidad de exposiciones y me enseñó a apreciar el espacio, a entender las dimensiones, a analizar el color y sus implicaciones.
Cuando llegué a la adolescencia las cosas cambiaron y mi percepción de él también. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, él siempre se mantuvo cerca, siempre estuvo pendiente de nosotros y preocupado de nuestro bienestar. Conmigo tuvo muchas conversaciones muy serias, de temas complicados en los que siempre enfatizó lo que estaba bien y lo que estaba mal. En concreto me externó por un largo periodo su preocupación para que yo encontrara un hombre que me comprendiera y me apoyara, que me dejara ser y que me ayudara a crecer.
Recuerdo cuando conoció al Dr. Ruperto. En ese entonces aún no era doctor, acababa de volver de titularse de la maestría y a mí me interesaba mucho la opinión de mi papá. Desde el inicio de nuestra relación el arquitecto quiso al músico, pues supo ver la valía del Ruperto y desde entonces mi padre se esforzó por ser agradable y ganarse su cariño; comprendió claramente que me había robado el corazón.
Soy consciente de la importancia que ha tenido en mi vida, verdaderamente me deja un hueco enorme su partida. Su influencia en mi vida es innegable, y aunque no faltaron temporadas de complicados retos en nuestra relación, le agradezco el ejemplo que nos dio. Fue un hombre de principios, de una gran entereza y una fe inquebrantable, luchó hasta el final por ganarse el cielo; hoy no dudo que ya esté gozando por allá y, seguramente, estará disfrutando de alguna suculenta comida y una profunda conversación con Barragán o Gaudí.
Estos han sido días intensos, complicados emocionalmente y, por otro lado, llenos de amor. No hay palabras suficientes para agradecer la gran cantidad de muestras de cariño que hemos recibido de familiares y amigos. Son momentos duros que, gracias a todos los que estuvieron con nosotros físicamente y en pensamiento, han sido más llevaderos.
A mi padre siempre lo recordaré con cariño. Atesoraré con amor todos esos momentos en los que fui tan feliz a su lado y, desde ahora, olvido los tiempos que no fueron tan afortunados. Siempre agradeceré que me haya dado la vida y me haya enseñado cuál es el camino; le tendré eterna gratitud por hacerme creer que alcanzaría mis sueños, por confiar en mí y creer que sería capaz de hacer lo que me propusiera.
Papito, gracias mil por haberme querido como soy, gracias por haber sido un arquitecto comprometido, un padre amoroso, un suegro amigable y un abuelo entrañable. Adiós papá.