Hace un año nos decidimos a remodelar la casa en la que vivimos. Siempre había querido hacerlo, soñaba en mejorar cada espacio de la casa y ampliarla, aunque me asustaba un poco las incomodidades que nos implicaría como familia. Después de analizar cuidadosamente las opciones y de valorar lo que podríamos conseguir con la intervención, nos lanzamos a una aventura sin precedente.
Iniciamos con la idea de arreglar la fachada, lo que incluía demolerla para construir una nueva. Simultáneamente, haríamos dos tragaluces, que son dos aperturas en el techo, una en la sala y otra en el segundo piso en el hall de distribución de las habitaciones; nuestro interés era conseguir más luz natural en el interior.
¿Pueden imaginarse lo que es vivir esto? Ciertamente es una locura, pues estuvimos rodeados de polvo por meses y eso es muy desgastante y hasta cierto punto agotador. Pero, también es muy emocionante si tienes claro el resultado.
En el camino decidimos hacer más cambios: modificar el patio, agrandar dos ventanas, hacer una cisterna, una casa del árbol y, finalmente, nos lanzamos a construir una nueva habitación con vestidor y baño, crecer la cocina, hacer un desayunador y una nueva lavandería.
Confieso que el tiempo se nos fue a mucho más de lo pensado y tuvimos que hacer varias revisiones y ajustes en el presupuesto. Pero, ahora que lo veo en retrospectiva, estoy absolutamente agradecida de haber tenido apoyo por parte de mi familia para hacer estos cambios y renovarla completamente. La locura fue realizarlo viviendo ahí, mi esposo en más de una ocasión me sugirió irnos a una casa rentada en lo que se llevaba a cabo la obra, pero yo decidí hacerlo así para poder supervisar los avances cada día y francamente fue muy audaz.
Recuerdo cuando mis hijos en la noche al rezar agradecían: “para que ya acabe la construcción”, y el más pequeño decía: “no veo que sea una construcción, yo más bien siento que es una deconstrucción”.
Fue una época complicada; teníamos martillazos y polvo todo el día y a todas horas, nos quedamos más de seis meses sin cocina y eso verdaderamente fue el mayor reto. Sin embargo, hoy nos sentimos felices por los espacios que tenemos y que disfrutamos. Para la familia ha sido una gran bendición tener ambientes luminosos para vivir, estudiar, conversar, jugar y cantar.
Hemos gozado cada rincón de nuestra casa y cada día agradecemos el habernos atrevido a realizar cambios que evidentemente nos han beneficiado. Hoy todos estamos más cómodos en los espacios que tenemos, somos más ordenados y disfrutamos mucho más estar en casa.
Estoy convencida de que destinar tiempo, recursos y energía para transformar nuestra casa es una de las mejores inversiones que podemos realizar en la vida.
Nunca nos arrepentiremos de tener un lugar agradable para disfrutar de nuestra familia. Los momentos memorables que pasemos en casa serán parte de nuestra historia y nos acompañarán toda la vida. Si gozamos esos instantes en espacios bellos y ambientes agradables, sin duda serán recuerdos más felices.
Mi recomendación para tener éxito en un proceso de remodelación o de renovación, es que te acerques a un experto para que así puedas disfrutar todo el proceso y consigas un buen resultado.